“Frecuencia Natural”, término tomado de la Ingeniería Mecánica, representa la frecuencia a la que vibran los cuerpos con masa y elasticidad. El término se utiliza para estudiar el comportamiento de dichos cuerpos y evitar que éstos, al vibrar, entren en resonancia y colapsen debido a una excesiva fuerza de excitación. El artista nos introduce con este término a un universo de fuerzas encontradas y sus proyecciones imaginarias en el mundo humano y natural.
La obra de Oswaldo Ruiz se ha destacado por el imaginativo uso teatral de la iluminación en fotografía y video. Desde sus trabajos anteriores es patente la importancia de la construcción de atmósferas narrativas y lo ha llevado en esta ocasión a una exploración ulterior de estas posibilidades simbólicas y teatrales de la imagen. Analizando la manera en que funciona el registro de lo imaginario desde la fenomenología, el artista cruza los campos de la Ingeniería Mecánica y el Psicoanálisis, para enfrentarnos con cuerpos humanos, vegetales, e inanimados, sometidos todos a fuerzas físicas e inmateriales que los anteceden y atraviesan, que determinan su movimiento y oscilación actual, su presente.
La idea del viaje, exterior e interior, es fundamental para este proyecto. Donde Ruiz va al encuentro de escenarios naturales que corresponden con una excitación interna, de origen psicológico. Los objetos fotografiados se vuelven así representaciones de fuerzas inconscientes que trascienden su estado físico. Su búsqueda va desde las antiguas torres irlandesas, que fueron utilizadas en la Edad Media para la vigilancia y la defensa; hasta las imágenes oaxaqueñas del quiote, la flor del maguey, que se vuelve una metáfora de la fuerza interna y de su insistir, incluso en antagonismo con la muerte.
Los momentos de su travesía se van fijando en imágenes convertidas en monumentos al estado vibratorio actual de los cuerpos. Desde el cuerpo de una civilización colapsada prematuramente, el distrito de riego “La Quince” en el norte de México; hasta la puesta en oscilación de un monumento al origen de nuestra sociedad de vigilancia, la cárcel Kilmainham, en Dublín. Esta cárcel fue una de las primeras en adoptar la “visión total” decimonónica del Panóptico, lo que cambió la forma en que el Otro social vigila y marca al cuerpo individual. Siguiendo esto, en otro pasaje de su travesía, el artista somete su cuerpo a esta marca del Otro, realizándose un tatuaje indeleble en Oaxaca, como un monumento perenne en su piel, que aumenta las resonancias del proyecto.
Todos estos pasajes comprenden el universo de esta exposición, que se desliza de la imagen fija a la imagen dotada de tiempo y movimiento. Cuyo eje central gira sobre el difícil balance de la frecuencia natural, perturbado siempre por la rigidez en la falta de vibración o por su exceso en la resonancia y su eventual colapso. El artista nos invita a la contemplación de una cadena de resonancias imaginarias, que se expanden de forma sutil y brutal entre el imaginario personal y el imaginario de todos.